sábado, 22 de noviembre de 2008

De Mar del Plata al mundo


Por Bruno Verdenelli


“Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa, y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya…”. Joan Manuel Serrat, cantante español que por esas casualidades del destino se encuentra hoy en Argentina para deleitar una vez más a tantos de sus fanáticos con su música y su poesía, comienza una de sus canciones más famosas con esta frase que hoy tanto me identifica. Al mismo tiempo, el equipo de tenis de su país visita al nuestro en la ciudad de Mar del Plata, mi ciudad, para jugar la final de la Copa Davis, máxima cita mundial de ese deporte a nivel colectivo. Aflora entonces la nostalgia porque no puedo estar ahí en este momento tan lindo y tan especial, y me acuerdo de mi vieja hablándome del desarraigo, o de mi viejo contándome que vio en vivo aquél gol anulado sobre la hora a Brasil en el Minella, durante el Mundial ´78. Me acuerdo también de la vez que vi un cartel con la foto de Astor Piazzolla y su bandoneón en una pared cualquiera de Roma, y pensé orgulloso,” yo pasé mil veces por la calle Rivadavia, dónde nació ese genio”. Me acuerdo de Mar del Plata, de su gente, de sus playas que también son mías, y de todo lo que viví allí, y de lo que sigo y seguiré viviendo. Prendo el televisor y veo que en esa cancha de tenis azul, montada en un “Poli” repleto como epicentro de la final, dice “Mar del Plata” y sonrío al instante en forma cómplice. Pienso en todas los partidos de tenis que observé en mi vida, y en todas las canchas sobre las que leí nombres de ciudades y desconocí siquiera dónde se ubicaban en el mapa. Pero a Mar del Plata la conozco, me conoce, es mía… Sé dónde se ubica aunque hoy yo no pueda estar ahí, con lo que eso duele y molesta. Hoy Mar del Plata es Argentina, y es mundial. Todo el planeta la observa y la admira.
Si bien el deporte en cuestión no es del todo popular en nuestro país, y la gente que asistió al escenario de la final no es la mayoría debido a los precios elitistas de las entradas y al escaso lugar para la afición (normal en el tenis), igualmente todos los argentinos se ilusionaron con poder demostrar que sí se puede organizar un espectáculo de esta magnitud aquí, y también con ganar la copa aunque venga o no el monstruo de Rafael Nadal. Lo veo, lo percibo en la gente… Entiendo al periodista Martín Caparrós entonces, cuando exiliado en Francia y estando en desacuerdo con la realización del Mundial ´78 a modo de protesta contra el gobierno dictatorial que ejercía el poder en Argentina, terminó por salir a festejar cuando la selección fue campeona, aunque ninguno de sus compañeros militantes franceses lo entendiera. “Yo me crié con fútbol, es mi esencia… Yo no puedo dejar de estar feliz si Argentina sale campeón”, le escuché decir alguna vez mientras sonreía. Si bien esta situación no es para nada parecida, muchas veces el sentimiento nacionalista que sobresale cuando emergen de estas tierras deportistas que rozan la gloria, se vuelve absurdo y hasta discutible. Pero de todos modos, aunque exista por un rato y después lamentablemente la olvidemos para volver al egoísmo detestable que suele caracterizarnos, quién puede negar esa sensación de alegría y orgullo que nos inunda el pecho cuando vemos flamear la bandera celeste y blanca o escuchamos el himno en una cita de este tipo…
Veo la cancha azul otra vez, y escucho los comentarios por T.V. y no dejo de lamentarme por no estar en Mar del Plata, mi ciudad, la ciudad adoptiva de Guillermo Vilas, el mejor tenista que tuvo el país, la ciudad que en su viejo Estadio San Martín vio como Diego Armando Maradona, “el genio del fútbol mundial” (como lo llamara un relator rioplatense), marcaba sus dos primeros goles en primera siendo tan sólo un nene de 16 años… La ciudad “feliz”, la del Casino, la del Festival de Cine, la perla del atlántico; la sede de la Cumbre de las Américas, y de los Juegos Panamericanos del ´95. El hogar del ciclista dorado, Juan Curuchet, y del recuerdo de sus lágrimas en China, que fueron mías, de todos los marplatenses y de todos los argentinos.
Me acuerdo otra vez de mi vieja hablándome del desarraigo y ahora la entiendo porque extraño Mar del Plata. Me acuerdo de “las veces que me fui pensando en volver”, y de los llantos de tantas despedidas a las que asistí. Lamento no estar ahí festejando con mis amigos, con mi gente, con mi mar y mis calles, como lo lamentarán tantos otros marplatenses. Pero me ilusiono con el pronto reencuentro y me enorgullezco de ver cómo Mar del Plata, mi ciudad insisto, otra vez le demuestra al mundo que está a la altura de las circunstancias. Como siempre.

domingo, 16 de marzo de 2008

"Sudamérica sin fronteras"


Se llama Gustavo De Rosa, tiene 45 años y es marplatense pero reside en Colombia

Ex - combatiente recorre Sudamérica a bordo de su moto

Al mejor estilo "Diarios de Motocicleta", y con más optimismo que ropa, un hombre que luchó en la guerra de Malvinas realiza su sueño de viajar desde Cartagena de Indias hasta Ushuaia en el plazo de 90 días. Una historia para conocer.


Por Bruno Verdenelli


A juzgar por el aspecto, Gustavo De Rosa parece un "motoquero" más. Luce oscuros lentes de sol, una campera de esas que los norteamericanos llamarían "chaqueta", y largos cabellos rubios. Su moto es imponente, pero no más que la historia que él tiene para contar. De Rosa luchó en Malvinas, y además es diabético e insulinodependiente. Vive en Cartagena de Indias desde que volvió de la guerra, a la que con fundamentos caracteriza como el "verdadero infierno". Hoy, y "sólo por hoy" como bautizó a su moto, comprada específicamente con sus ahorros para esta travesía a la que llamó "Sudamérica sin fronteras", se encuentra en Mar del Plata, de visita en la ciudad que lo vio nacer y crecer. "Era parada obligada. Tenía que venir a visitar a mi amigo Miguel Ressia, el querido pelado, que forma una parte importante de la realización de este sueño. Nosotros éramos compañeros de pozo en Malvinas", dice mientras lo señala emocionado.

De Rosa derrocha optimismo, y no es para menos. Este aventurero, que es conocido como "el pibe", y al que muchos tildaron de loco cuando dijo en Colombia que se iba a recorrer con su moto el sur del continente, cuenta que en 1982 su madre fue a recibir el tren de los soldados sobrevivientes a la estación sin saber si él lo integraba. También dice sentirse agradecido por haber vuelto de la guerra, y recuerda con gran afecto a Ricardo Gurrieri, el restante compañero de pozo que lamentablemente perdió su breve vida en combate. De Rosa tiene las anécdotas suficientes para hacer reír y llorar a la gente que lo escucha en el transcurso de unos pocos minutos. "Después de sentir el dolor de ver las vidas de tantos jóvenes truncadas por la guerra, sólo puedo pedirle y agradecerle a Dios la fortaleza que se necesita para afrontar todo lo malo que me tocó y me toca vivir. Hoy puedo disfrutar por ejemplo del sol de un lindo día para viajar, de tener una esposa y un hijo de trece años, y de realizar mi sueño de recorrer Sudamérica. Soy un agradecido de la vida", explica y provoca admiración y piel de gallina.

Cualquiera pensaría que no tuvo suerte por lo que vivió. Él no.


El viaje


Como si fuera una película, "Sudamérica sin fronteras" arrancó el 30 de enero en Cartagena de Indias, la ciudad tantas veces evocada por García Márquez. De Rosa vive allí con su familia. Tiene un restaurant y hace surf (un detalle que después de todo lo dicho anteriormente no debería sorprender). La travesía implicaba recorrer los 16.200 km que unen el norte de Colombia con Ushuaia, el sur de Argentina, en el transcurso de 90 días. "La intención era conocer los países de América del sur, comenzando por mi país adoptivo, y pasando por mi país natal. Siempre lo quise hacer pero recién ahora pude, porque mi hijo está más grande", explica De Rosa. Este aventurero parece feliz de estar en Mar del Plata, se muestra agradecido con el municipio por la entrega que se le hizo de una plaqueta de reconocimiento, y también dice ser hincha de Deportivo Norte, institución en la que participa activamente su amigo Miguel Ressia.

Pero lo más interesante del romántico viaje comienza cuando De Rosa cuenta los detalles de lo que vivió en cada país. "Lo más lindo son los paisajes que hay en el continente. Aunque hay lugares que son feos también. Todo es imponente. Me paso por ejemplo estar andando solo por la ruta con la moto en el medio del desierto de Atacama en Chile, sin nadie alrededor. Pensaba: si me pasa algo acá no se entera nadie. La ciudad que más me impactó fue Lima, y también me quedé atónito con el Glaciar Perito Moreno y con el Parque Nacional Tierra del Fuego. El norte de Perú es muy lindo, Máncora, el desierto de Sechura, Huanchaco, que es una zona que tiene mucha historia indígena y está muy desarrollada turísticamente. Guayaquil también me gustó mucho, y la parte de la costa del Pacífico. Al principio surfeaba ahí, rentaba las tablas en distintos lugares, pero después me di cuenta que me desgastaba mucho, y eso no me convenía para viajar", explica.

De Rosa no maneja más de 600 km por día. Es el límite que se puso para no cansarse demasiado y llegar a sus destinos antes de que anochezca, por seguridad, y también para poder conocer de día los destinos a los que arriba. Al mejor estilo Forrest Gump, sólo que en moto, duerme cuando tiene sueño, en algún hostal que encuentre abierto y sea barato, y come cuando tiene hambre, aunque siempre toma los recaudos necesarios por su enfermedad. Uno de los datos que quiere dejar en claro es la buena relación que tuvo con la gente. "Quiero destacar que no tuve problemas con nadie. La gente me ha tratado de maravillas en todos lados, lo que confirma un poco el nombre que puse a la travesía. He hecho muchísimas amistades", dice De Rosa y muestra su cámara digital y su filmadora con la gente retratada y los momentos del viaje inmortalizados.

No lleva mucho equipaje. No carga con mucha plata, por razones de seguridad. Tampoco tiene mucha ropa. Lo que le sobra es el optimismo, las ganas de vivir, y las ansias de disfrutar el presente. Y va solo por el continente con su moto, que se llama "sólo por hoy".

miércoles, 30 de enero de 2008

"Un viaje con un viejo". Otra historia urbana.



Eran cerca de las seis y media de una tarde algo nublada de verano cuando, con mi cuaderno y mi diario La Capital, salía de la redacción creyendo otra vez que ese día había hecho periodismo. Me disponía a subir al 573 B que según había contestado a mi pregunta el chofer, 45 minutos más tarde, después de cruzar media Mar del Plata, me dejaría a cuatro cuadras de mi casa. Por La Rioja, justo frente al colegio a donde fui.

Mientras comenzaba a ubicarme entre los demás pasajeros, el colectivo recorría las calles y las paradas. En una de ellas, vi que subía las escaleras con dificultad un hombre mayor, vestido con un elegante pero absurdo traje a cuadrillé verde, zapatos, y pañuelo en el bolsillo del saco. Inmediatamente se desocuparon algunos asientos, otra persona y yo le ofrecimos al señor que prosiguiera a ubicarse en uno de ellos. Fue ahí cuando el hombre, con una sonrisa pícara, contestó que prefería viajar de pie: "escuchame, soy jubilado, pero caminé toda la mañana. Prefiero ir parado, si no, lo único que hago es estar sentado frente al televisor, que me hace mal", dijo muy alegremente, como bromeando. Ya no pude dejar de escucharlo. "No sólo voy parado y caminé toda la mañana, el domingo voy a ir a bailar", remató con desparpajo ante mi estupefacción.

Entonces comencé a pensar si ese sería otro viaje de palabras estúpidas o perdidas, o si podría sacar alguna enseñanza de los relatos del viejo. Su rostro lleno de arrugas y su cabello gris me dieron la respuesta. "Bailo tango eh, no vayas a creer que bailo otra cosa", me dijo suponiendo que yo no sabía distinguir un género musical de su forma de vestir. No me conocía...

Había nacido en Azul, un pueblo de la provincia, aunque a los 17 años se había mudado a Buenos Aires, "en las épocas de las glorias de la música porteña". "Yo empecé a bailar cuando se murió Gardel", suspiró una reverencia, y automáticamente comenzó a recordar aquella época. Le contó a mi silencio que había vivido con su tía, primero, y después "con una mina" en algún séptimo piso de Callao y Las Heras, pero que realmente no había encontrado su lugar en el mundo en la capital. "Te mata el calor, el aire no es tan bueno como dicen ahí", dijo y después recordó que fue por eso que en el ´48 se vino a Mar del Plata.

- "A mi me llevaron para Buenos Aires porque pintaba bueno. Me llevó el que era mi profesor, que me veía mucha pasta. Yo tenía pasta, eh. Aparte era bueno bailar tango porque aprendías bien a abrazar a una mujer, mirándola siempre a la cara para darte cuenta de que no le guiñaba un ojo al de atrás tuyo", me dijo mientras yo le aclaré sonriendo que ahora todos sabemos sin la necesidad de abrazar que sí, que le guiñan el ojo al de atrás nuestro. El se rió, asintió con la cabeza, y siguió relatándome parte de su vida. "Era muy chico yo en ese momento, no me lo banqué. El lugar donde iba a aprender allá era un salón grande, que siempre estaba lleno de mujeres que venían de los cabarets, porque si no sabían bailar tango no podían laburar, nene, ¿entendés?", me explicó antes de dejar pasar por detrás suyo a una señora gorda, de calzas negras que obstruyó la charla porque nosotros le ocupamos el pasillo del colectivo.

- "Te decía, que feas que son las minas gordas ¿no?, no me gustan", disparó riéndose.

- "No pueden bailar tango", acoté rápido.

- "Claro, aparte no sabés donde meterte entre tanta carne. ¿Y vos vivís por acá?", preguntó efusivo.

- Si, más o menos. Ahora agarra La Rioja y va derecho para donde vivo yo, en Saavedra.

- "Ah, pero da toda la vuelta primero. Preguntale a alguien de mi edad", dijo acercándose y tomándome del brazo. "Por La Rioja estaba el cabaret más lindo del país. Nunca vi uno igual", volvió a sonreir pero esta vez sin bromear, y continuó ante mi mirada cómplice: "yo ahora voy a la playa, porque organizan bailes, y voy a ver qué pasa. Si hay una chica que se mueva bien, la saco a bailar. Si me da bola..." volvió a bromear, y continuó: "hay que vivir. La vida es linda, es para vivirla. Yo sé mucho de la vida... Hace poco casi me voy eh, me agarró una sinusitis podrida que casi me lleva pero bueno, uno se va cuando es el momento de irse. Si hasta choqué con un camión y no me pasó nada, acá estoy. Mañana me tropiezo, me caigo de boca y me mato. Por suerte ahora estoy bien y pude volver a bailar, porque no tengo 10 años eh, tengo 82 pirulos ya...

- "¿Usted de qué cuadro es?", le pregunté ansioso e intuyendo la respuesta.

- "De Boca. Yo siempre fui de Boca", le contestó a mi sonrisa.

- "¿Y cómo se llama?"

- "¿Yo?, Yo soy Aguirre", contestó remarcando fuertemente la última sílaba de su apellido (y también dijo su nombre, que creo era con R y no logro recordar).

- ¿En Buenos Aires vivía en La Boca, o en algún barrio tanguero?", volví a preguntar.

- "Si, todo era tanguero en esa época. Allá se bailaba el tango. Por eso no quise aprender el folclore, dijo mientras amagó con zapatear un malambo. Nunca quise eh, y eso que yo bailaba con Norma, que ese año preparaba a sus alumnos con Chúcaro para ir a España. ¿Oíste hablar de Chúcaro?", casi que me atacó como si se tratara de alguien más famoso que Maradona. "Lo mejor que ha habido en la Argentina, querido. Yo bailé en su época. Con Marianito Mores también bailábamos. El vino a tocar varias veces acá. Montaban una carpa muy grande en el centro, en la Plaza San Martín, y se armaban los bailes. Un fenómeno del tango Marianito".


Yo seguía callado, escuchando su historia atentamente, cuando de pronto el hombre le pidió "parada" al chofer y yo, que a pesar de ser más joven me había sentado, miré para el costado y por la ventanilla vi que ya estábamos en la Bristol, enfrente de una peatonal repleta, al lado del Casino Central, otra gloria de antaño. "Me bajo querido, voy a bailar un poco, fue un gusto conocerte", dijo, y antes de irse, sin saber casi nada de mí, y sin notar ni mi cuaderno ni mi diario ni mi vocación, me aconsejó: "preguntá siempre vos, que preguntar es muy bueno porque se conocen muchas cosas".



Creo que no volví a verlo.

sábado, 19 de enero de 2008

BrunovsBruno

Imagen tomada en un tren durante el viaje Venecia - Roma (2006)

Este blog es una iniciativa mía. Tal vez reconozcan en mis escritos grandes parecidos con ideas o canciones de autores famosos, y eso es porque admiro mucho a varios de ellos. No lo tomen como una copia, sino como un atrevimiento.

Quizás también noten contradicciones: me voy a pelear con Bruno varias veces. Hagan sus apuestas!



Bruno.