
Así lo expresa un notable exponente de la justicia nacional, el Dr. Carlos Rozanski, que luego de participar en varios juicios contra ex – represores de la última dictadura militar argentina, hoy goza de gran respeto por parte de la sociedad. Aquí les contamos cómo es la cotidianeidad de este hombre al que todos reconocen por su labor profesional.
Por Romina Ingrati, Josefina Mas, Jimena Maggi, Oscar Sanguinetti y Bruno Verdenelli
Respeto, cordialidad, buena predisposición y puntualidad son características con las que uno se encuentra al momento de relacionarse con el Juez del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, que, aunque esté tapado de trabajo, nunca deja de responder a quienes lo requieren.
Es reconocido públicamente por ser el presidente del Tribunal que en el 2006 y el 2007 sentenció a reclusión perpetua a dos de los ex represores más representativos de la última dictadura militar argentina: Miguel Osvaldo Etchecolatz y Christian Von Wernich. Sin embargo, aquí nos proponemos conocer a la persona detrás del juez, quién es, cómo piensa y qué siente Carlos Rozanski.
Nos esperaba en su despacho. Una sala amplia, luminosa, con una gran ventana que da a la calle, la bandera argentina junto a un viejo escritorio y, más alejada, una amplia mesa que comparte con nosotros mientras detrás titila la computadora junto a algunos hornillos aromáticos que hacen más familiar el ambiente. No se puede dejar de mencionar la presencia de varios cuadros que retratan algunos pasajes de su vida personal y profesional, entre ellos, una secuencia de tres fotografías que inmortalizan el instante en que se sentencia a Etchecolatz y Von Wernich.
Su larga y lacia cabellera es el primer signo que indica que este no es un juez común. Se queja de las estructuras que conlleva su investidura y, tal vez, esta sea una de las formas en que lo demuestra.
Pero, ¿Quién es Carlos Rozanski? ¿Cómo piensa? ¿Qué siente?
Nació el 6 de septiembre de 1951, en Boedo, al sur de la ciudad de Buenos Aires. Pasó la infancia en su barrio natal, frente a la cancha de San Lorenzo de Almagro, club del cual es hincha y donde su papá se desempeñó como jugador de inferiores. Vivió gran parte de su niñez dentro del club: “Se practicaban muchos deportes, pelota – paleta, bowling, ping pong….un montón. Y yo jugaba un poco a todos. En aquella época el barrio tenía una connotación muy fuerte porque había un club que tenía la parte social y educativa juntos, entonces lo mío se acoplaba todo ahí adentro. También iba a la cancha, incluso de muy chiquito ya tenía platea”, recuerda entre risas.
Ya en su adolescencia comenzó a trabajar en la mueblería de su padre y más tarde en un estudio jurídico, donde conoció por primera vez los tribunales. Pero a la hora de hablar del estudio, Rozanski tiene una particular historia. Uno supone que un juez tan prestigioso decidió su profesión en una edad temprana. Sin embargo, Carlos, una vez más, vuelve a romper los moldes. “No sé si yo decidí estudiar Derecho. Tal vez lo decidió mi mamá. Ya de chico yo hablaba mucho entonces mi mamá decía: este va a ser abogado. Y un poco eso te va marcando o te es inducido, y ahora uno entiende que son mandatos”.
En la secundaria ¿Usted qué pretendía seguir estudiando?
No sé, pero abogado no quería ser. Además no era una época en la cual en la secundaria uno ya tuviera algo decidido, por lo menos en mi caso. La idea era tratar de terminar, porque yo había adelantado dos años en la primaria: uno porque había entrado un año antes y otro porque había dado libre el último grado. Entonces a los 10 años ya entré al secundario, con lo cual tenía dos años menos que mis compañeros.
¿Por qué rindió libre?
Según mi mamá, porque yo quería y según yo, porque ella quería. Pero ya de adolescente repetí dos años, por suerte. Eso me permitió nivelarme, sino hubiera sido un genio en serio, como mi mamá quería. Afortunadamente repetí esos dos años, y no es que los perdí o me fui de vacaciones, no, no, los repetí. De modo que de alguna manera mi cabeza me hacia inconscientemente o conscientemente hacer esas cosas como para decir: “vuelvo a ser normal”.
En su relato notamos una presencia muy fuerte de su madre…
Porque ella es de esas mujeres que estudiaba y que demandaba. Por ejemplo, en nuestro edificio había una señora que me enseñaba el Martín Fierro de memoria. Evidentemente es de esas madres que, hasta el día de hoy, les gusta exhibir a sus hijos. Por eso el mandato fuerte. En cambio, en ese sentido, mi papá no tenía ese tipo de influencia, era muy tolerante.
Se casó a los 21 años con Ana, su actual mujer, y hoy son padres de dos hijos.
Entre sus pasatiempos, aunque no es demasiado el tiempo libre que tiene, le gusta disfrutar de la música. Según él mismo lo dice, escucha todo tipo de música, desde la de los años ’70 (todo tipo de rock y los Beatles, especialmente) hasta música árabe, rock nacional actual y reggaeton.
También es un seguidor del buen fútbol, aunque aclara: “Soy hincha de San Lorenzo y quiero que salga campeón, pero en el fútbol se dan mucho los odios, eso es muy argentino, y son impresionantes. Son odios estables e inaceptables. Una cosa es que se discuta y otra cosa que termine muriendo gente. Eso es un estado de cosas que no debería tener nada que ver con el fútbol”.
Pero volviendo a sus comienzos…
Cuando empezó a estudiar derecho o a lo largo de su carrera, ¿imaginó alguna vez llegar a ocupar el lugar que ocupa hoy?
No porque si yo hubiera imaginado no hubiera pasado, porque eso tiene que ver con los que creen estar iluminados por un destino determinado, y eso termina perturbando la posibilidad de que se concrete. Se tiene que ir dando y se tiene que ir reaccionando en cada momento.
Ud. llegó a ser juez de una manera poco tradicional, ¿verdad? ¿Cómo fue esa experiencia?
Sí, en 1988 nos fuimos con mi familia a vivir a Bariloche, hasta el 2001, dado que mi hijo mayor terminaba el primario y queríamos un ambiente mejor que el de la ciudad de Buenos Aires. Ahí empecé a ejercer la profesión hasta que un día leí en el diario de Río Negro que estaban llamando a concurso. Me pareció interesante porque significaba saltear todo lo que significa el derecho de piso en la justicia que, cuando se puede, es útil porque uno entra con la mirada menos contaminada. Las propias costumbres y el hecho de haberse criado en un determinado ambiente, a veces, es malo, otras no tanto; pero yo estoy a favor de que la gente que ingrese tenga experiencia de afuera.
En mi caso, en Buenos Aires, yo ejercí dentro de tribunales, en todos los fueros: civil, penal, comercial y laboral. Y me peleaba todos los días en los mostradores de los tribunales porque no me atendían bien, porque no estaban los expedientes que pedía o porque los jueces no leían lo que se les solicitaba. Entonces esa experiencia me parece vital porque después, al momento de pasar a ser juez, no digo que esté garantizado que vaya a hacer las cosas bien ni mucho menos, pero por lo menos están las condiciones dadas. Después uno hace lo que quiere, pero por lo menos no puede decir que no supo lo que es ser maltratado por el sistema que no trabaja bien.
¿Su primer acercamiento a un juicio importante fue cuando cubrió el Juicio a Las Juntas para un programa de TV?
Sí, previo al juicio, yo había hecho una participación en un ciclo unitario de Canal 13. Ahí fui autor invitado por un libro que se llamó “Venta de Humo”, que tenía que ver con estafas y que lo protagonizó Marcos Suker. Cuando termina ese ciclo, que coincide con la vuelta de la democracia, quedo contratado en el canal porque se comienza un ciclo periodístico que se llamó Telemóvil, con María Laura Santillán y Ramón Andino. En un comienzo trabajaba en la producción, pero cuando se hace el juicio, como yo era abogado, lo cubrí. Fue un juicio especial, pero cuando uno vive las cosas, en ese momento, no tiene conciencia de la dimensión de lo que viene después. Era un privilegio comentarlo.
Uno lo mira 30 años después y si tuviera que hacerlo hoy no lo haría así, por lo menos algunas cosas. Hoy me parece que hacer juicio en el silencio viola normas de Derechos Humanos, porque ese juicio podría haber sido televisado y no lo fue, se podría haber escuchado y no se escuchó.
Y ¿cómo vivió usted la época de la última dictadura militar argentina?
La dictadura marco a toda la población, eso es un hecho absolutamente comprobado y documentado, pero no la marcó con la misma moneda, por razones obvias. En mi caso, no estaba recibido en ese momento. Trabajaba todo el día y estudiaba de noche. La Facultad de Derecho era un ámbito muy particular porque era una Facultad muy tradicional y, sobre todo, muy reaccionaria y sumamente conservadora. Después en el año 73, con Cámpora, hay una explosión de ideas y entonces esa misma Facultad se llena de papeles, fotos, carteles. Era una cosa impresionante, mi esposa estaba en psicología y era más todavía.
En realidad cada uno de los que vivimos esa época, vivimos una parte. Y un sector, que podrían llamarse los que fueron víctimas directas de ese proceso militar, vivieron el todo. A algunos les costó la vida y a otros no, pero tuvieron un conocimiento más acabado. Y entre las víctimas indirectas, esta el sector que tuvo un conocimiento intermedio, ahí estaba yo, y otro sector que, o no tenía conocimiento del todo por el lugar geográfico, por su actividad o porque no quería o porque directamente apoyaba lo que estaba sucediendo desde el Estado. Por supuesto que lo vivimos distinto.
Pero la sentencia del Juicio a Las Juntas dice que en Argentina se implementó un sistema de represión determinado de secuestro, tortura y muerte. Esto es algo que no se puede discutir.
Con pleno conocimiento de ello y a la distancia. ¿Como hace un juez para ser imparcial en juicios como el del Von Wernich o Etchecolaz?
Esa es la pregunta del millón. La parcialidad y la imparcialidad están vinculadas directamente con la subjetividad. El ser humano no puede no tener subjetividad, el tema es no dejar de tener subjetividad como algunos jueces creen que es posible. La clave no es no tenerla sino cómo se maneja.
Yo estoy convencido de que primero hay que desarrollar y analizar seriamente lo que significa la imparcialidad. Para mí, el ser imparcial se refleja en que cuando uno tiene que tomar decisiones para lo cual el Estado lo nombró, lo que tiene que tener en cuenta es poder tratar de ser objetivo en la valoración de lo que tiene delante, no hay otra cosa que eso.
La ideología condiciona tanto, en cualquier sentido, que la misma ley puede tener distintas formas de leerse, y eso es la subjetividad, y por eso la broma de que se le pregunta a un abogado “¿Cuánto es dos mas dos?, y dice: “¿Cuánto quiere que sea?”, porque está en condiciones de dar la respuesta que quiera. Esto es el juego de la subjetividad y de la importancia de nombrar gente idónea para tomar esas decisiones. La formación adecuada del año 2009, para mi, y sin eufemismos, es la Constitución Nacional, sobre todo después de la reforma. Porque la Constitución Nacional en su artículo 75 inciso 22 incorpora las Convenciones de Derechos Humanos. Si verdaderamente esas convenciones se aplicaran en toda su intensidad, estaríamos mucho mejor, pero hay una enorme dificultad de aplicarla. A tal punto que es una deuda del Estado, eso no bajó lo suficiente, porque al día de hoy hay funcionarios que o no las conocen o las miran con desagrado o rechazan a quienes las mencionan desde el propio Estado, entonces los descalifican.
Es juez hace 18 años y, desde entonces, lleva realizados más de 3 mil juicios, todos de delitos graves. Dentro de ellos, Rozanski se especializó en un tema en especial: el abuso infantil. A raíz de un caso en el que presenció cómo se interrogaba a una menor abusada advirtió que a una persona que vivió semejante trauma no se la puede sentar frente a personas desconocidas y pretender que cuente normalmente lo que le pasó. Fue allí cuando elaboró un proyecto de ley que fue aprobado por unanimidad y modificó el Código Procesal Penal de la Nación en cuanto a la declaración de los niños. Desde la aprobación de esa ley, en Capital Federal y en el Fuero Federal, los menores sólo pueden ser entrevistados por un especialista y bajo la modalidad de la Cámara Gesell, con un vidrio espejado.
Retratos que el juez conserva como momentos clave en su carrera
Imaginamos que llevar adelante casos como los que Ud. trató debe ser muy duro como persona. ¿Cómo se hace para llegar a la casa y ser padre, esposo, amigo?
Para empezar, tuve un infarto agudo. Esas cosas, fáciles no son seguro y tampoco se pueden dejar de hacer porque sean difíciles.
Y, bueno escucho música de todo tipo. Yo soy de los ‘70, así que escucho todo lo que tiene que ver con la música de la época, todo tipo de rock, sobre todo los Beatleas. No hay música que me disguste pero el rock pesado nacional no lo compraría. Hace unos minutos estaba escuchando música árabe.
También disfruto del fútbol y me gusta escribir. Pero actualmente estoy mucho tiempo en los juicios y no me queda espacio para eso.
¿Cómo se siente usted al ser reconocido como juez en un país en el que la justicia es constantemente cuestionada?
Eso es muy loco porque a mi me pasa que por toda la mediatización de los juicios hay mucha gente que me conoce, que es una situación distinta del artista que necesita que lo conozcan y se forma para que lo conozcan. Entonces es cierto que todos los días se me presenta una situación particular, en La Plata o en un bar o en cualquier lado. Y se da la característica de que, salvo alguna excepción, todas son opiniones favorables y son situaciones agradables pero raras a la vez.
Habría que replantearse porqué razón llama la atención. Tanto mis colegas como yo, no hicimos absolutamente nada que no fuera aquello para lo que nos nombraron y nos pagan. Sin embargo hacer eso, respetando la normativa y la Constitución, genera tal nivel de sorpresa que provoca estas reacciones.
La necesidad de justicia se nota que es ascendente, pero ojo que es el mismo país que generó los espacios para que se hagan estos juicios. Pero si la excepción es que llame la atención quien hace lo correcto, habrá que analizar porqué.
Ya comentó que una vez escribió un libro para un programa de TV que se llamó “Venta de Humo”. ¿Cree que en el país hay muchos vendedores de humo?
Sí, hay mucho humo (risas). El tema es que los vendedores de humo no van a desaparecer, entonces hay que enseñar a reconocerlos para que nadie compre más humo.
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