martes, 15 de noviembre de 2011

“Habría que analizar por qué llama la atención aquel que hace lo correcto”


Así lo expresa un notable exponente de la justicia nacional, el Dr. Carlos Rozanski, que luego de participar en varios juicios contra ex – represores de la última dictadura militar argentina, hoy goza de gran respeto por parte de la sociedad. Aquí les contamos cómo es la cotidianeidad de este hombre al que todos reconocen por su labor profesional.

Por Romina Ingrati, Josefina Mas, Jimena Maggi, Oscar Sanguinetti y Bruno Verdenelli

Respeto, cordialidad, buena predisposición y puntualidad son características con las que uno se encuentra al momento de relacionarse con el Juez del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, que, aunque esté tapado de trabajo, nunca deja de responder a quienes lo requieren.

Es reconocido públicamente por ser el presidente del Tribunal que en el 2006 y el 2007 sentenció a reclusión perpetua a dos de los ex represores más representativos de la última dictadura militar argentina: Miguel Osvaldo Etchecolatz y Christian Von Wernich. Sin embargo, aquí nos proponemos conocer a la persona detrás del juez, quién es, cómo piensa y qué siente Carlos Rozanski.

Nos esperaba en su despacho. Una sala amplia, luminosa, con una gran ventana que da a la calle, la bandera argentina junto a un viejo escritorio y, más alejada, una amplia mesa que comparte con nosotros mientras detrás titila la computadora junto a algunos hornillos aromáticos que hacen más familiar el ambiente. No se puede dejar de mencionar la presencia de varios cuadros que retratan algunos pasajes de su vida personal y profesional, entre ellos, una secuencia de tres fotografías que inmortalizan el instante en que se sentencia a Etchecolatz y Von Wernich.

Su larga y lacia cabellera es el primer signo que indica que este no es un juez común. Se queja de las estructuras que conlleva su investidura y, tal vez, esta sea una de las formas en que lo demuestra.

Pero, ¿Quién es Carlos Rozanski? ¿Cómo piensa? ¿Qué siente?

Nació el 6 de septiembre de 1951, en Boedo, al sur de la ciudad de Buenos Aires. Pasó la infancia en su barrio natal, frente a la cancha de San Lorenzo de Almagro, club del cual es hincha y donde su papá se desempeñó como jugador de inferiores. Vivió gran parte de su niñez dentro del club: “Se practicaban muchos deportes, pelota – paleta, bowling, ping pong….un montón. Y yo jugaba un poco a todos. En aquella época el barrio tenía una connotación muy fuerte porque había un club que tenía la parte social y educativa juntos, entonces lo mío se acoplaba todo ahí adentro. También iba a la cancha, incluso de muy chiquito ya tenía platea”, recuerda entre risas.

Ya en su adolescencia comenzó a trabajar en la mueblería de su padre y más tarde en un estudio jurídico, donde conoció por primera vez los tribunales. Pero a la hora de hablar del estudio, Rozanski tiene una particular historia. Uno supone que un juez tan prestigioso decidió su profesión en una edad temprana. Sin embargo, Carlos, una vez más, vuelve a romper los moldes. “No sé si yo decidí estudiar Derecho. Tal vez lo decidió mi mamá. Ya de chico yo hablaba mucho entonces mi mamá decía: este va a ser abogado. Y un poco eso te va marcando o te es inducido, y ahora uno entiende que son mandatos”.

En la secundaria ¿Usted qué pretendía seguir estudiando?

No sé, pero abogado no quería ser. Además no era una época en la cual en la secundaria uno ya tuviera algo decidido, por lo menos en mi caso. La idea era tratar de terminar, porque yo había adelantado dos años en la primaria: uno porque había entrado un año antes y otro porque había dado libre el último grado. Entonces a los 10 años ya entré al secundario, con lo cual tenía dos años menos que mis compañeros.

¿Por qué rindió libre?

Según mi mamá, porque yo quería y según yo, porque ella quería. Pero ya de adolescente repetí dos años, por suerte. Eso me permitió nivelarme, sino hubiera sido un genio en serio, como mi mamá quería. Afortunadamente repetí esos dos años, y no es que los perdí o me fui de vacaciones, no, no, los repetí. De modo que de alguna manera mi cabeza me hacia inconscientemente o conscientemente hacer esas cosas como para decir: “vuelvo a ser normal”.

En su relato notamos una presencia muy fuerte de su madre…

Porque ella es de esas mujeres que estudiaba y que demandaba. Por ejemplo, en nuestro edificio había una señora que me enseñaba el Martín Fierro de memoria. Evidentemente es de esas madres que, hasta el día de hoy, les gusta exhibir a sus hijos. Por eso el mandato fuerte. En cambio, en ese sentido, mi papá no tenía ese tipo de influencia, era muy tolerante.

Se casó a los 21 años con Ana, su actual mujer, y hoy son padres de dos hijos.

Entre sus pasatiempos, aunque no es demasiado el tiempo libre que tiene, le gusta disfrutar de la música. Según él mismo lo dice, escucha todo tipo de música, desde la de los años ’70 (todo tipo de rock y los Beatles, especialmente) hasta música árabe, rock nacional actual y reggaeton.

También es un seguidor del buen fútbol, aunque aclara: “Soy hincha de San Lorenzo y quiero que salga campeón, pero en el fútbol se dan mucho los odios, eso es muy argentino, y son impresionantes. Son odios estables e inaceptables. Una cosa es que se discuta y otra cosa que termine muriendo gente. Eso es un estado de cosas que no debería tener nada que ver con el fútbol”.

Pero volviendo a sus comienzos…

Cuando empezó a estudiar derecho o a lo largo de su carrera, ¿imaginó alguna vez llegar a ocupar el lugar que ocupa hoy?

No porque si yo hubiera imaginado no hubiera pasado, porque eso tiene que ver con los que creen estar iluminados por un destino determinado, y eso termina perturbando la posibilidad de que se concrete. Se tiene que ir dando y se tiene que ir reaccionando en cada momento.

Ud. llegó a ser juez de una manera poco tradicional, ¿verdad? ¿Cómo fue esa experiencia?

Sí, en 1988 nos fuimos con mi familia a vivir a Bariloche, hasta el 2001, dado que mi hijo mayor terminaba el primario y queríamos un ambiente mejor que el de la ciudad de Buenos Aires. Ahí empecé a ejercer la profesión hasta que un día leí en el diario de Río Negro que estaban llamando a concurso. Me pareció interesante porque significaba saltear todo lo que significa el derecho de piso en la justicia que, cuando se puede, es útil porque uno entra con la mirada menos contaminada. Las propias costumbres y el hecho de haberse criado en un determinado ambiente, a veces, es malo, otras no tanto; pero yo estoy a favor de que la gente que ingrese tenga experiencia de afuera.

En mi caso, en Buenos Aires, yo ejercí dentro de tribunales, en todos los fueros: civil, penal, comercial y laboral. Y me peleaba todos los días en los mostradores de los tribunales porque no me atendían bien, porque no estaban los expedientes que pedía o porque los jueces no leían lo que se les solicitaba. Entonces esa experiencia me parece vital porque después, al momento de pasar a ser juez, no digo que esté garantizado que vaya a hacer las cosas bien ni mucho menos, pero por lo menos están las condiciones dadas. Después uno hace lo que quiere, pero por lo menos no puede decir que no supo lo que es ser maltratado por el sistema que no trabaja bien.

¿Su primer acercamiento a un juicio importante fue cuando cubrió el Juicio a Las Juntas para un programa de TV?

Sí, previo al juicio, yo había hecho una participación en un ciclo unitario de Canal 13. Ahí fui autor invitado por un libro que se llamó “Venta de Humo”, que tenía que ver con estafas y que lo protagonizó Marcos Suker. Cuando termina ese ciclo, que coincide con la vuelta de la democracia, quedo contratado en el canal porque se comienza un ciclo periodístico que se llamó Telemóvil, con María Laura Santillán y Ramón Andino. En un comienzo trabajaba en la producción, pero cuando se hace el juicio, como yo era abogado, lo cubrí. Fue un juicio especial, pero cuando uno vive las cosas, en ese momento, no tiene conciencia de la dimensión de lo que viene después. Era un privilegio comentarlo.

Uno lo mira 30 años después y si tuviera que hacerlo hoy no lo haría así, por lo menos algunas cosas. Hoy me parece que hacer juicio en el silencio viola normas de Derechos Humanos, porque ese juicio podría haber sido televisado y no lo fue, se podría haber escuchado y no se escuchó.

Y ¿cómo vivió usted la época de la última dictadura militar argentina?

La dictadura marco a toda la población, eso es un hecho absolutamente comprobado y documentado, pero no la marcó con la misma moneda, por razones obvias. En mi caso, no estaba recibido en ese momento. Trabajaba todo el día y estudiaba de noche. La Facultad de Derecho era un ámbito muy particular porque era una Facultad muy tradicional y, sobre todo, muy reaccionaria y sumamente conservadora. Después en el año 73, con Cámpora, hay una explosión de ideas y entonces esa misma Facultad se llena de papeles, fotos, carteles. Era una cosa impresionante, mi esposa estaba en psicología y era más todavía.

En realidad cada uno de los que vivimos esa época, vivimos una parte. Y un sector, que podrían llamarse los que fueron víctimas directas de ese proceso militar, vivieron el todo. A algunos les costó la vida y a otros no, pero tuvieron un conocimiento más acabado. Y entre las víctimas indirectas, esta el sector que tuvo un conocimiento intermedio, ahí estaba yo, y otro sector que, o no tenía conocimiento del todo por el lugar geográfico, por su actividad o porque no quería o porque directamente apoyaba lo que estaba sucediendo desde el Estado. Por supuesto que lo vivimos distinto.

Pero la sentencia del Juicio a Las Juntas dice que en Argentina se implementó un sistema de represión determinado de secuestro, tortura y muerte. Esto es algo que no se puede discutir.

Con pleno conocimiento de ello y a la distancia. ¿Como hace un juez para ser imparcial en juicios como el del Von Wernich o Etchecolaz?

Esa es la pregunta del millón. La parcialidad y la imparcialidad están vinculadas directamente con la subjetividad. El ser humano no puede no tener subjetividad, el tema es no dejar de tener subjetividad como algunos jueces creen que es posible. La clave no es no tenerla sino cómo se maneja.

Yo estoy convencido de que primero hay que desarrollar y analizar seriamente lo que significa la imparcialidad. Para mí, el ser imparcial se refleja en que cuando uno tiene que tomar decisiones para lo cual el Estado lo nombró, lo que tiene que tener en cuenta es poder tratar de ser objetivo en la valoración de lo que tiene delante, no hay otra cosa que eso.

La ideología condiciona tanto, en cualquier sentido, que la misma ley puede tener distintas formas de leerse, y eso es la subjetividad, y por eso la broma de que se le pregunta a un abogado “¿Cuánto es dos mas dos?, y dice: “¿Cuánto quiere que sea?”, porque está en condiciones de dar la respuesta que quiera. Esto es el juego de la subjetividad y de la importancia de nombrar gente idónea para tomar esas decisiones. La formación adecuada del año 2009, para mi, y sin eufemismos, es la Constitución Nacional, sobre todo después de la reforma. Porque la Constitución Nacional en su artículo 75 inciso 22 incorpora las Convenciones de Derechos Humanos. Si verdaderamente esas convenciones se aplicaran en toda su intensidad, estaríamos mucho mejor, pero hay una enorme dificultad de aplicarla. A tal punto que es una deuda del Estado, eso no bajó lo suficiente, porque al día de hoy hay funcionarios que o no las conocen o las miran con desagrado o rechazan a quienes las mencionan desde el propio Estado, entonces los descalifican.

Es juez hace 18 años y, desde entonces, lleva realizados más de 3 mil juicios, todos de delitos graves. Dentro de ellos, Rozanski se especializó en un tema en especial: el abuso infantil. A raíz de un caso en el que presenció cómo se interrogaba a una menor abusada advirtió que a una persona que vivió semejante trauma no se la puede sentar frente a personas desconocidas y pretender que cuente normalmente lo que le pasó. Fue allí cuando elaboró un proyecto de ley que fue aprobado por unanimidad y modificó el Código Procesal Penal de la Nación en cuanto a la declaración de los niños. Desde la aprobación de esa ley, en Capital Federal y en el Fuero Federal, los menores sólo pueden ser entrevistados por un especialista y bajo la modalidad de la Cámara Gesell, con un vidrio espejado.

Retratos que el juez conserva como momentos clave en su carrera

Imaginamos que llevar adelante casos como los que Ud. trató debe ser muy duro como persona. ¿Cómo se hace para llegar a la casa y ser padre, esposo, amigo?

Para empezar, tuve un infarto agudo. Esas cosas, fáciles no son seguro y tampoco se pueden dejar de hacer porque sean difíciles.

Y, bueno escucho música de todo tipo. Yo soy de los ‘70, así que escucho todo lo que tiene que ver con la música de la época, todo tipo de rock, sobre todo los Beatleas. No hay música que me disguste pero el rock pesado nacional no lo compraría. Hace unos minutos estaba escuchando música árabe.

También disfruto del fútbol y me gusta escribir. Pero actualmente estoy mucho tiempo en los juicios y no me queda espacio para eso.

¿Cómo se siente usted al ser reconocido como juez en un país en el que la justicia es constantemente cuestionada?

Eso es muy loco porque a mi me pasa que por toda la mediatización de los juicios hay mucha gente que me conoce, que es una situación distinta del artista que necesita que lo conozcan y se forma para que lo conozcan. Entonces es cierto que todos los días se me presenta una situación particular, en La Plata o en un bar o en cualquier lado. Y se da la característica de que, salvo alguna excepción, todas son opiniones favorables y son situaciones agradables pero raras a la vez.

Habría que replantearse porqué razón llama la atención. Tanto mis colegas como yo, no hicimos absolutamente nada que no fuera aquello para lo que nos nombraron y nos pagan. Sin embargo hacer eso, respetando la normativa y la Constitución, genera tal nivel de sorpresa que provoca estas reacciones.

La necesidad de justicia se nota que es ascendente, pero ojo que es el mismo país que generó los espacios para que se hagan estos juicios. Pero si la excepción es que llame la atención quien hace lo correcto, habrá que analizar porqué.

Ya comentó que una vez escribió un libro para un programa de TV que se llamó “Venta de Humo”. ¿Cree que en el país hay muchos vendedores de humo?

Sí, hay mucho humo (risas). El tema es que los vendedores de humo no van a desaparecer, entonces hay que enseñar a reconocerlos para que nadie compre más humo.

La verdadera leyenda del Torreón


Por Bruno Verdenelli

A Dora Ercilia Plana le brillan los ojos. El pudor de afrontar una entrevista periodística se esfuma inmediatamente y prevalece su orgullo de identidad y pertenencia. En su memoria gira una película infinita escrita por años, personajes y lugares.

Lúcida y dinámica, a los 91 años sorprende con la nitidez de sus recuerdos, que abarcan episodios tan lejanos como las condiciones de vida en los albores del siglo XX, la llegada desde Santa Fé al “pueblo que era Mar del Plata”, su hogar en el Torreón del Monje, el primer temporal, la escuela, el amor…

Se sabe que el Torreón del Monje, inaugurado en 1904, fue donado por el empresario Ernesto Tornquist a la comuna local. Con el propósito de imponerle al lugar un halo de misterio, se acuñó en aquel entonces una leyenda ambientada en el siglo XVII. Su protagonista es soldado español Alvar Rodriguez, quien habita la pequeña fortaleza y es amante de la meditación, la astronomía y de una bella indígena llamada Marina. Los celos del cacique Rucamará derivan en una serie de incidencias que terminan trágicamente cuando el bravío aborigen se arroja a las aguas del mar, arrastrando a la infortunada mujer. Con hábito de monje, Alvar se encierra en el Torreón hasta su muerte. El relato, amoldándose a un apropiado final de leyenda, añade que en ciertas noches de quietud y desde lo alto de la torre se escuchan llantos y gritos de dolor, mientras las figuras de un monje y de una hermosa indígena se dejan ver con fulgores de estrellas.

En realidad, los habitantes del Torreón fueron otros hasta que en 1953 tuvieron que irse de allí cuando el edificio se transformó en propiedad de la Marina. A despecho del poeta chileno Alberto del Solar –quien escribió la leyenda por expreso pedido de su amigo Ernesto Tornquist- no hubo monje, cacique, ni bella indígena, sino una familia que cuidaba el lugar. Una de sus integrantes es Dora, quien tiene aquilatada experiencia para asegurar que los fantasmas no existen, al menos en ese lugar.

Historia de familia

El español Antonio Francisco José Plana Peiré llegó a la Argentina en 1901 para buscar un nuevo destino. Radicado en Santa Fe, contrajo matrimonio con la entrerriana María Mercedes Balacala, unión de la cual nacieron seis hijos: María Pura, Nélida, Dora, Carmelo, Alfredo y Héctor. Luego de incursionar en la comercialización de calzados en la aquella provincia, la familia se trasladó a Mar del Plata.

“Llegamos en 1924. Primero, mi padre trabajó como ascensorista en el Hotel Bristol. Luego le ofrecieron que se encargara de cuidar el Paseo General Paz, que incluía el Torreón del Monje, y nos fuimos a vivir frente al castillo”, relata.

Antiguas fotografías nos muestran aquella vivienda, que estaba embutida en el alto murallón de piedras que habían levantado contra la barranca en 1909 cuando construyeron la Explanada Sur. “No había luz ni tampoco gas. Vivíamos en una habitación gigante a la que llamábamos “La Cobacha”.Mi padre la había dividido en un pequeño cuarto para varones, uno para mujeres, y otro para ellos dos. Teníamos cocina pero no baño. Para lavarnos o hacer nuestras necesidades debíamos cruzar al castillo en plena oscuridad de la explanada. Además, estábamos muy lejos del centro”, recuerda Dora, que antes de asistir a la secundaria del Stella Maris, concurría a la Escuela Nº 1 y atravesaba “toda la ciudad caminando” para llegar allí.

En el Torreón, aún virgen de reformas, funcionaba una fina confitería muy visitada en verano por turistas de alta alcurnia. “La manejaba el matrimonio Fajardo, que también era oriundo de Buenos Aires. Un tiempo después de que llegamos, la señora se enfermó y ellos decidieron irse. Fue cuando le ofrecieron a mi padre que cuidara también del Torreón. Entonces nos fuimos a vivir allí adentro”, señala Dora.

En su memoria está nítido el primer gran temporal que debió soportar allí cuando apenas tenía seis años. Y también la demolición de la rambla “francesa” mientras levantaban la actual. Lo que nunca vio durante los 17 años dentro del Torreón fueron fantasmas llorosos. “Son un cuento”, dice divertida.

Los operarios alemanes

En 1927 el municipio decidió ampliar el edificio de la mano del arquitecto Arturo Lemmi. Por tal motivo arribó a la ciudad la compañía alemana “Wayss y Freitag”, con decenas de trabajadores de aquel país. Su objetivo era construir la pedana, que es la actual terraza al mar del Torreón. Allí funcionó el selecto Pidgeon Club, que organizaba cruentas competencias de tiro a la paloma.

“Fue impresionante el trabajo que hicieron. Llevó casi dos años pero el mar nunca pudo moverla”, expresa Dora, al tiempo que recuerda las largas horas en que se entretenían viendo trabajar a los operarios alemanes. Uno de ellos era el rubio y fornido carpintero Antonio Shweighart, quien se casó con María Pura Plana, hermana de Dora.

La hija menor de aquel matrimonio – María Pura Shweighart (64)- comenta: “Mi papá se le acercaba a hablarle a mi abuelo con el diccionario de alemán – español, pero aprovechaba para espiar a mi mamá, que los miraba desde el balcón del Torreón”.

Dora y su sobrina María Pura Shweighart son las únicas sobrevivientes de aquella estirpe familiar que habitó el mítico Torreón del Monje. La mayoría de los hijos de Antonio Plana se fueron de allí al contraer enlace, incluyendo a Dora, que lo hizo en 1943 cuando formó familia con Juan Carlos Castro.

Pero volvamos al carpintero alemán Antonio Shweighart, quien en 1928 abandonó la compañía alemana para radicarse en Argentina y casarse con María Pura Plana. El flamante matrimonio se quedó a vivir en el Torreón junto a sus suegros y allí nacieron sus dos hijos, Antonio Jesús y María Pura con 16 años de diferencia. Por herencia de su suegro, aquel carpintero se convertiría en “palomero oficial”.

“Yo no me acuerdo mucho –dice María-… tenía cinco años cuando nos fuimos de ahí, pero mi hermano que murió el año pasado pasó toda su adolescencia en el Torreón. El sí recordaba todo y siempre decía que le tenía miedo de los fantasmas”.

Dora, al retomar la narración, recuerda que “una vez terminada la pedana se instaló allí el Pidgeon Club y los hombres jugaban a dispararle a las palomas mientras sus mujeres tomaban el té en la confitería”. Su padre había pasado entonces a ser encargado de reponer las aves para cada sesión de tiro. Cuando se cansó del trabajo, él y su esposa se fueron del Torreón, quedando a cargo su yerno alemán con su hija y su pequeño nieto. Posteriormente el “tiro a la paloma” se transformaría en “tiro al disco” por exigencia de la Sociedad Protectora de Animales.

En 1953, la propiedad pasó del municipio al Círculo de la Marina y los Shweighart debieron buscar otro hogar y trabajo. La relación física y directa de la familia con el edificio había terminado, pero no la histórica y afectiva. Es que la identidad no se pierde nunca. Según dicen, la historia de una persona es la de todas, y viceversa. A Mar del Plata la construyeron todos sus habitantes. Su identidad está marcada a fuego por familias como ésta, que dejaron una impronta más fuerte que la leyenda.-

lunes, 14 de noviembre de 2011

El pajarito que todo lo cuenta, también hace furor en Mar del Plata


La red social Twitter es una de las herramientas más utilizadas para comunicar información y opinar sobre distintos temas. Varios referentes locales del ámbito político, periodístico, deportivo y artístico ya tienen su cuenta registrada.

por Bruno Verdenelli

Desde su invención hasta la fecha, las redes sociales modifican día a día las relaciones humanas. Este fenómeno imparable no conoce límites espaciales y, por ende, Mar del Plata no es el lugar de la excepción. Debido a ello, muchos de sus habitantes ya forman parte de esta comunidad Web mundial, y así como en principio el entusiasmo de la mayoría fue en torno al uso de Facebook, ahora ocurre algo similar con Twitter, que goza de un crecimiento destacado en la ciudad como el que experimentó primero en Buenos Aires.

Si bien el número exacto es incalculable, durante el último año una gran cantidad de residentes locales se registraron en el sitio de Internet citado, cuyo ícono principal, el pajarito, constituye un símbolo alegórico y ancestral de la mensajería instantánea.

En este contexto, distintos referentes de ámbitos políticos, periodísticos, deportivos y artísticos marplatenses también decidieron ser parte de este espacio de microblogging, y tienen actualmente su cuenta en Twitter. Así, a través de ésta escriben en el corto espacio de 140 caracteres cualquier texto que deseen.

En el caso de la política, por ejemplo, se vislumbró claramente cómo en la antesala de las últimas elecciones los candidatos a intendente del Partido de General Pueyrredon utilizaron los servicios gratuitos de la red social, con el objetivo de transmitir mensajes informativos, opinar sobre distintas situaciones, y destacar medidas que pensaban tomar si eran electos.

El jefe comunal, Gustavo Pulti, inauguró su cuenta (@GustavoPulti) el pasado 19 de julio, y desde ese día comunica regularmente a sus más de 600 seguidores las actividades que realiza, los logros de su gestión, y los puntos a mejorar de cara al próximo mandato. Por su parte, los líderes opositores, Vilma Baragiola (@vilmabaragiola), y Carlos Cheppi (@CarlosCheppi), aparecen registrados en el sitio desde agosto de 2010 y marzo del corriente, respectivamente, y también utilizan la red social como instrumento para dar a conocer iniciativas o denuncias. Además, otros representantes del orden político local que también figuran en la lista de los que poseen cuenta en Twitter son el presidente de Acción Marplatense y secretario para la Descentralización de la comuna, Santiago Bonifatti (@Sbonifatti); la subsecretaria de Políticas Sociales, Alejandra Urdampilleta (@aleurdampilleta); el presidente del Emtur, Pablo Fernández (@PFernandezmdp); y el concejal Héctor Rosso (@RossoHector). En esa enumeración de "twitteros" ligados a la política también puede agregarse el nombre de la marplatense Mariel Fornoni (@marielfornoni), directora de la prestigiosa consultora Management & Fit, encargada de elaborar, entre otras, las encuestas preelectorales.

Con respecto al ámbito deportivo, los usuarios más famosos provienen del basquetbol. El director técnico de Peñarol y ex conductor del seleccionado argentino, Sergio "Oveja" Hernández (@ssergioh), es uno de los ejemplos. El entrenador bahiense, por caso, utilizó recientemente su cuenta de Twitter para saludar al club al que representa por el 89º aniversario de su fundación, y también para felicitar a todos los periodistas deportivos en su día, ya que ambas conmemoraciones coinciden el 7 de noviembre. Otro de los referentes de dicha institución que puede declararse "twittero" es el emblema "milrayita", Sebastián "Tato" Rodriguez (@tatorodriguez8), quien antes de los partidos alienta por esa vía a sus ex compañeros, y siempre agradece las manifestaciones de apoyo que le sigue propiciando la gente luego de su inesperado retiro. En tanto, por el lado de Quilmes, es el escolta Gregorio Eseverri (@goyoese) uno de los que suele usar dicha red social para transmitir sensaciones que tienen que ver con el deporte y con otros aspectos de su vida cotidiana.

Información

Sin embargo, a pesar de que muchas personas usan Twitter para describir situaciones o desarrollar pequeñas opiniones sobre distintos temas, muchas otras sólo poseen cuentas para informarse a través de la lectura de los comentarios de los usuarios que constantemente comparten diferentes tipos de datos con el resto de la comunidad. Para ellos, el servicio que propician al instante algunos profesionales de la ciudad se vuelve importante y enriquecedor. Entre estos trabajadores referentes de los medios locales coexisten, por ejemplo, periodistas de LA CAPITAL (@lacapitalmdq) como Marcelo Pasetti (@marcelopasetti), Vito Amalfitano (@VitoMundial), Daniel Dellatorre (@DellaTorre05), Pablo Falcone (@pmfalcone), Daniel Villarreal (@daomvi) y Marcelo Solari (@SolariMarcelo); conductores de radio y televisión como Luis María Stanzione (@lmstanzione), Gabriela Azcoitía (@gabiazcoitia), Jorge Penin (@JorgePenin), Esteban Salinas (@SalinasEsteban), German Lagrasta (@germanlagrasta).

Por último, en la lista de "twitteros" locales no se puede dejar de citar a la banda de rock Dios los Cría (@diosloscriadlc), que si bien aparece registrada desde diciembre de 2010, ya se ha dado el lujo de trasmitir sus recientes conciertos en vivo vía "Twitcam". Esto significa que los fans que "siguen" al grupo musical marplatense han podido observar sus shows a través de trasmisiones audiovisuales por Twitter, algo que los artistas consideran como "un hecho sin precedentes" en la ciudad.

Como puede notarse entonces, los alcances de esta singular red social son infinitos, sus usuarios, múltiples, y sus utilidades, heterogéneas y efectivas. De esa manera, queda claro que el pajarito celeste también ha llegado a Mar del Plata para quedarse a contarlo todo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

De Mar del Plata al mundo


Por Bruno Verdenelli


“Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa, y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya…”. Joan Manuel Serrat, cantante español que por esas casualidades del destino se encuentra hoy en Argentina para deleitar una vez más a tantos de sus fanáticos con su música y su poesía, comienza una de sus canciones más famosas con esta frase que hoy tanto me identifica. Al mismo tiempo, el equipo de tenis de su país visita al nuestro en la ciudad de Mar del Plata, mi ciudad, para jugar la final de la Copa Davis, máxima cita mundial de ese deporte a nivel colectivo. Aflora entonces la nostalgia porque no puedo estar ahí en este momento tan lindo y tan especial, y me acuerdo de mi vieja hablándome del desarraigo, o de mi viejo contándome que vio en vivo aquél gol anulado sobre la hora a Brasil en el Minella, durante el Mundial ´78. Me acuerdo también de la vez que vi un cartel con la foto de Astor Piazzolla y su bandoneón en una pared cualquiera de Roma, y pensé orgulloso,” yo pasé mil veces por la calle Rivadavia, dónde nació ese genio”. Me acuerdo de Mar del Plata, de su gente, de sus playas que también son mías, y de todo lo que viví allí, y de lo que sigo y seguiré viviendo. Prendo el televisor y veo que en esa cancha de tenis azul, montada en un “Poli” repleto como epicentro de la final, dice “Mar del Plata” y sonrío al instante en forma cómplice. Pienso en todas los partidos de tenis que observé en mi vida, y en todas las canchas sobre las que leí nombres de ciudades y desconocí siquiera dónde se ubicaban en el mapa. Pero a Mar del Plata la conozco, me conoce, es mía… Sé dónde se ubica aunque hoy yo no pueda estar ahí, con lo que eso duele y molesta. Hoy Mar del Plata es Argentina, y es mundial. Todo el planeta la observa y la admira.
Si bien el deporte en cuestión no es del todo popular en nuestro país, y la gente que asistió al escenario de la final no es la mayoría debido a los precios elitistas de las entradas y al escaso lugar para la afición (normal en el tenis), igualmente todos los argentinos se ilusionaron con poder demostrar que sí se puede organizar un espectáculo de esta magnitud aquí, y también con ganar la copa aunque venga o no el monstruo de Rafael Nadal. Lo veo, lo percibo en la gente… Entiendo al periodista Martín Caparrós entonces, cuando exiliado en Francia y estando en desacuerdo con la realización del Mundial ´78 a modo de protesta contra el gobierno dictatorial que ejercía el poder en Argentina, terminó por salir a festejar cuando la selección fue campeona, aunque ninguno de sus compañeros militantes franceses lo entendiera. “Yo me crié con fútbol, es mi esencia… Yo no puedo dejar de estar feliz si Argentina sale campeón”, le escuché decir alguna vez mientras sonreía. Si bien esta situación no es para nada parecida, muchas veces el sentimiento nacionalista que sobresale cuando emergen de estas tierras deportistas que rozan la gloria, se vuelve absurdo y hasta discutible. Pero de todos modos, aunque exista por un rato y después lamentablemente la olvidemos para volver al egoísmo detestable que suele caracterizarnos, quién puede negar esa sensación de alegría y orgullo que nos inunda el pecho cuando vemos flamear la bandera celeste y blanca o escuchamos el himno en una cita de este tipo…
Veo la cancha azul otra vez, y escucho los comentarios por T.V. y no dejo de lamentarme por no estar en Mar del Plata, mi ciudad, la ciudad adoptiva de Guillermo Vilas, el mejor tenista que tuvo el país, la ciudad que en su viejo Estadio San Martín vio como Diego Armando Maradona, “el genio del fútbol mundial” (como lo llamara un relator rioplatense), marcaba sus dos primeros goles en primera siendo tan sólo un nene de 16 años… La ciudad “feliz”, la del Casino, la del Festival de Cine, la perla del atlántico; la sede de la Cumbre de las Américas, y de los Juegos Panamericanos del ´95. El hogar del ciclista dorado, Juan Curuchet, y del recuerdo de sus lágrimas en China, que fueron mías, de todos los marplatenses y de todos los argentinos.
Me acuerdo otra vez de mi vieja hablándome del desarraigo y ahora la entiendo porque extraño Mar del Plata. Me acuerdo de “las veces que me fui pensando en volver”, y de los llantos de tantas despedidas a las que asistí. Lamento no estar ahí festejando con mis amigos, con mi gente, con mi mar y mis calles, como lo lamentarán tantos otros marplatenses. Pero me ilusiono con el pronto reencuentro y me enorgullezco de ver cómo Mar del Plata, mi ciudad insisto, otra vez le demuestra al mundo que está a la altura de las circunstancias. Como siempre.

domingo, 16 de marzo de 2008

"Sudamérica sin fronteras"


Se llama Gustavo De Rosa, tiene 45 años y es marplatense pero reside en Colombia

Ex - combatiente recorre Sudamérica a bordo de su moto

Al mejor estilo "Diarios de Motocicleta", y con más optimismo que ropa, un hombre que luchó en la guerra de Malvinas realiza su sueño de viajar desde Cartagena de Indias hasta Ushuaia en el plazo de 90 días. Una historia para conocer.


Por Bruno Verdenelli


A juzgar por el aspecto, Gustavo De Rosa parece un "motoquero" más. Luce oscuros lentes de sol, una campera de esas que los norteamericanos llamarían "chaqueta", y largos cabellos rubios. Su moto es imponente, pero no más que la historia que él tiene para contar. De Rosa luchó en Malvinas, y además es diabético e insulinodependiente. Vive en Cartagena de Indias desde que volvió de la guerra, a la que con fundamentos caracteriza como el "verdadero infierno". Hoy, y "sólo por hoy" como bautizó a su moto, comprada específicamente con sus ahorros para esta travesía a la que llamó "Sudamérica sin fronteras", se encuentra en Mar del Plata, de visita en la ciudad que lo vio nacer y crecer. "Era parada obligada. Tenía que venir a visitar a mi amigo Miguel Ressia, el querido pelado, que forma una parte importante de la realización de este sueño. Nosotros éramos compañeros de pozo en Malvinas", dice mientras lo señala emocionado.

De Rosa derrocha optimismo, y no es para menos. Este aventurero, que es conocido como "el pibe", y al que muchos tildaron de loco cuando dijo en Colombia que se iba a recorrer con su moto el sur del continente, cuenta que en 1982 su madre fue a recibir el tren de los soldados sobrevivientes a la estación sin saber si él lo integraba. También dice sentirse agradecido por haber vuelto de la guerra, y recuerda con gran afecto a Ricardo Gurrieri, el restante compañero de pozo que lamentablemente perdió su breve vida en combate. De Rosa tiene las anécdotas suficientes para hacer reír y llorar a la gente que lo escucha en el transcurso de unos pocos minutos. "Después de sentir el dolor de ver las vidas de tantos jóvenes truncadas por la guerra, sólo puedo pedirle y agradecerle a Dios la fortaleza que se necesita para afrontar todo lo malo que me tocó y me toca vivir. Hoy puedo disfrutar por ejemplo del sol de un lindo día para viajar, de tener una esposa y un hijo de trece años, y de realizar mi sueño de recorrer Sudamérica. Soy un agradecido de la vida", explica y provoca admiración y piel de gallina.

Cualquiera pensaría que no tuvo suerte por lo que vivió. Él no.


El viaje


Como si fuera una película, "Sudamérica sin fronteras" arrancó el 30 de enero en Cartagena de Indias, la ciudad tantas veces evocada por García Márquez. De Rosa vive allí con su familia. Tiene un restaurant y hace surf (un detalle que después de todo lo dicho anteriormente no debería sorprender). La travesía implicaba recorrer los 16.200 km que unen el norte de Colombia con Ushuaia, el sur de Argentina, en el transcurso de 90 días. "La intención era conocer los países de América del sur, comenzando por mi país adoptivo, y pasando por mi país natal. Siempre lo quise hacer pero recién ahora pude, porque mi hijo está más grande", explica De Rosa. Este aventurero parece feliz de estar en Mar del Plata, se muestra agradecido con el municipio por la entrega que se le hizo de una plaqueta de reconocimiento, y también dice ser hincha de Deportivo Norte, institución en la que participa activamente su amigo Miguel Ressia.

Pero lo más interesante del romántico viaje comienza cuando De Rosa cuenta los detalles de lo que vivió en cada país. "Lo más lindo son los paisajes que hay en el continente. Aunque hay lugares que son feos también. Todo es imponente. Me paso por ejemplo estar andando solo por la ruta con la moto en el medio del desierto de Atacama en Chile, sin nadie alrededor. Pensaba: si me pasa algo acá no se entera nadie. La ciudad que más me impactó fue Lima, y también me quedé atónito con el Glaciar Perito Moreno y con el Parque Nacional Tierra del Fuego. El norte de Perú es muy lindo, Máncora, el desierto de Sechura, Huanchaco, que es una zona que tiene mucha historia indígena y está muy desarrollada turísticamente. Guayaquil también me gustó mucho, y la parte de la costa del Pacífico. Al principio surfeaba ahí, rentaba las tablas en distintos lugares, pero después me di cuenta que me desgastaba mucho, y eso no me convenía para viajar", explica.

De Rosa no maneja más de 600 km por día. Es el límite que se puso para no cansarse demasiado y llegar a sus destinos antes de que anochezca, por seguridad, y también para poder conocer de día los destinos a los que arriba. Al mejor estilo Forrest Gump, sólo que en moto, duerme cuando tiene sueño, en algún hostal que encuentre abierto y sea barato, y come cuando tiene hambre, aunque siempre toma los recaudos necesarios por su enfermedad. Uno de los datos que quiere dejar en claro es la buena relación que tuvo con la gente. "Quiero destacar que no tuve problemas con nadie. La gente me ha tratado de maravillas en todos lados, lo que confirma un poco el nombre que puse a la travesía. He hecho muchísimas amistades", dice De Rosa y muestra su cámara digital y su filmadora con la gente retratada y los momentos del viaje inmortalizados.

No lleva mucho equipaje. No carga con mucha plata, por razones de seguridad. Tampoco tiene mucha ropa. Lo que le sobra es el optimismo, las ganas de vivir, y las ansias de disfrutar el presente. Y va solo por el continente con su moto, que se llama "sólo por hoy".

miércoles, 30 de enero de 2008

"Un viaje con un viejo". Otra historia urbana.



Eran cerca de las seis y media de una tarde algo nublada de verano cuando, con mi cuaderno y mi diario La Capital, salía de la redacción creyendo otra vez que ese día había hecho periodismo. Me disponía a subir al 573 B que según había contestado a mi pregunta el chofer, 45 minutos más tarde, después de cruzar media Mar del Plata, me dejaría a cuatro cuadras de mi casa. Por La Rioja, justo frente al colegio a donde fui.

Mientras comenzaba a ubicarme entre los demás pasajeros, el colectivo recorría las calles y las paradas. En una de ellas, vi que subía las escaleras con dificultad un hombre mayor, vestido con un elegante pero absurdo traje a cuadrillé verde, zapatos, y pañuelo en el bolsillo del saco. Inmediatamente se desocuparon algunos asientos, otra persona y yo le ofrecimos al señor que prosiguiera a ubicarse en uno de ellos. Fue ahí cuando el hombre, con una sonrisa pícara, contestó que prefería viajar de pie: "escuchame, soy jubilado, pero caminé toda la mañana. Prefiero ir parado, si no, lo único que hago es estar sentado frente al televisor, que me hace mal", dijo muy alegremente, como bromeando. Ya no pude dejar de escucharlo. "No sólo voy parado y caminé toda la mañana, el domingo voy a ir a bailar", remató con desparpajo ante mi estupefacción.

Entonces comencé a pensar si ese sería otro viaje de palabras estúpidas o perdidas, o si podría sacar alguna enseñanza de los relatos del viejo. Su rostro lleno de arrugas y su cabello gris me dieron la respuesta. "Bailo tango eh, no vayas a creer que bailo otra cosa", me dijo suponiendo que yo no sabía distinguir un género musical de su forma de vestir. No me conocía...

Había nacido en Azul, un pueblo de la provincia, aunque a los 17 años se había mudado a Buenos Aires, "en las épocas de las glorias de la música porteña". "Yo empecé a bailar cuando se murió Gardel", suspiró una reverencia, y automáticamente comenzó a recordar aquella época. Le contó a mi silencio que había vivido con su tía, primero, y después "con una mina" en algún séptimo piso de Callao y Las Heras, pero que realmente no había encontrado su lugar en el mundo en la capital. "Te mata el calor, el aire no es tan bueno como dicen ahí", dijo y después recordó que fue por eso que en el ´48 se vino a Mar del Plata.

- "A mi me llevaron para Buenos Aires porque pintaba bueno. Me llevó el que era mi profesor, que me veía mucha pasta. Yo tenía pasta, eh. Aparte era bueno bailar tango porque aprendías bien a abrazar a una mujer, mirándola siempre a la cara para darte cuenta de que no le guiñaba un ojo al de atrás tuyo", me dijo mientras yo le aclaré sonriendo que ahora todos sabemos sin la necesidad de abrazar que sí, que le guiñan el ojo al de atrás nuestro. El se rió, asintió con la cabeza, y siguió relatándome parte de su vida. "Era muy chico yo en ese momento, no me lo banqué. El lugar donde iba a aprender allá era un salón grande, que siempre estaba lleno de mujeres que venían de los cabarets, porque si no sabían bailar tango no podían laburar, nene, ¿entendés?", me explicó antes de dejar pasar por detrás suyo a una señora gorda, de calzas negras que obstruyó la charla porque nosotros le ocupamos el pasillo del colectivo.

- "Te decía, que feas que son las minas gordas ¿no?, no me gustan", disparó riéndose.

- "No pueden bailar tango", acoté rápido.

- "Claro, aparte no sabés donde meterte entre tanta carne. ¿Y vos vivís por acá?", preguntó efusivo.

- Si, más o menos. Ahora agarra La Rioja y va derecho para donde vivo yo, en Saavedra.

- "Ah, pero da toda la vuelta primero. Preguntale a alguien de mi edad", dijo acercándose y tomándome del brazo. "Por La Rioja estaba el cabaret más lindo del país. Nunca vi uno igual", volvió a sonreir pero esta vez sin bromear, y continuó ante mi mirada cómplice: "yo ahora voy a la playa, porque organizan bailes, y voy a ver qué pasa. Si hay una chica que se mueva bien, la saco a bailar. Si me da bola..." volvió a bromear, y continuó: "hay que vivir. La vida es linda, es para vivirla. Yo sé mucho de la vida... Hace poco casi me voy eh, me agarró una sinusitis podrida que casi me lleva pero bueno, uno se va cuando es el momento de irse. Si hasta choqué con un camión y no me pasó nada, acá estoy. Mañana me tropiezo, me caigo de boca y me mato. Por suerte ahora estoy bien y pude volver a bailar, porque no tengo 10 años eh, tengo 82 pirulos ya...

- "¿Usted de qué cuadro es?", le pregunté ansioso e intuyendo la respuesta.

- "De Boca. Yo siempre fui de Boca", le contestó a mi sonrisa.

- "¿Y cómo se llama?"

- "¿Yo?, Yo soy Aguirre", contestó remarcando fuertemente la última sílaba de su apellido (y también dijo su nombre, que creo era con R y no logro recordar).

- ¿En Buenos Aires vivía en La Boca, o en algún barrio tanguero?", volví a preguntar.

- "Si, todo era tanguero en esa época. Allá se bailaba el tango. Por eso no quise aprender el folclore, dijo mientras amagó con zapatear un malambo. Nunca quise eh, y eso que yo bailaba con Norma, que ese año preparaba a sus alumnos con Chúcaro para ir a España. ¿Oíste hablar de Chúcaro?", casi que me atacó como si se tratara de alguien más famoso que Maradona. "Lo mejor que ha habido en la Argentina, querido. Yo bailé en su época. Con Marianito Mores también bailábamos. El vino a tocar varias veces acá. Montaban una carpa muy grande en el centro, en la Plaza San Martín, y se armaban los bailes. Un fenómeno del tango Marianito".


Yo seguía callado, escuchando su historia atentamente, cuando de pronto el hombre le pidió "parada" al chofer y yo, que a pesar de ser más joven me había sentado, miré para el costado y por la ventanilla vi que ya estábamos en la Bristol, enfrente de una peatonal repleta, al lado del Casino Central, otra gloria de antaño. "Me bajo querido, voy a bailar un poco, fue un gusto conocerte", dijo, y antes de irse, sin saber casi nada de mí, y sin notar ni mi cuaderno ni mi diario ni mi vocación, me aconsejó: "preguntá siempre vos, que preguntar es muy bueno porque se conocen muchas cosas".



Creo que no volví a verlo.

sábado, 19 de enero de 2008

BrunovsBruno

Imagen tomada en un tren durante el viaje Venecia - Roma (2006)

Este blog es una iniciativa mía. Tal vez reconozcan en mis escritos grandes parecidos con ideas o canciones de autores famosos, y eso es porque admiro mucho a varios de ellos. No lo tomen como una copia, sino como un atrevimiento.

Quizás también noten contradicciones: me voy a pelear con Bruno varias veces. Hagan sus apuestas!



Bruno.